Una pésima explicación

Desde que me he declarado ateo tengo la sensación de que el debate con un creyente puede comenzar por muchos temas, pero muy frecuentemente se terminará discutiendo sobre el origen de algo, lo cual no es nada raro si Dios pretende ser la causa de todas las cosas.

No es un secreto para nadie que, desde sus primeros tiempos, la humanidad tendió a explicar con divinidades los fenómenos que escapaban a su limitado conocimiento. Así, el listado de dioses y semidioses fue creciendo no porque hicieran su aparición entre nosotros, o porque hubiéramos inventado aparatos para detectarlos, o porque su existencia fuera predicha por las nuevas teorías que la ciencia iba descubriendo. El único motivo que tuvimos (y tenemos) para creer en dioses, fue el de asumir que eran la mejor explicación para preguntas que nos llegaban hondo.

Desde que me he declarado ateo tengo la sensación de que el debate con un creyente puede comenzar por muchos temas, pero muy frecuentemente se terminará discutiendo sobre el origen de algo, lo cual no es nada raro si Dios pretende ser la causa de todas las cosas.

No es un secreto para nadie que, desde sus primeros tiempos, la humanidad tendió a explicar con divinidades los fenómenos que escapaban a su limitado conocimiento. Así, el listado de dioses y semidioses fue creciendo no porque hicieran su aparición entre nosotros, o porque hubiéramos inventado aparatos para detectarlos, o porque su existencia fuera predicha por las nuevas teorías que la ciencia iba descubriendo. El único motivo que tuvimos (y tenemos) para creer en dioses, fue el de asumir que eran la mejor explicación para preguntas que nos llegaban hondo.

Aunque nuestro conocimiento hoy sigue siendo limitado, este límite se ha ido corriendo y algunas cosas ya no necesitan una explicación divina, porque conocemos otras más racionales y acordes a las leyes de la naturaleza que vamos descubriendo. Si decidimos creer en la existencia de un ente indetectable y escurridizo, contrario a las leyes universales que sabemos que funcionan, sólo porque no se nos ocurrió otra explicación a determinado hecho, y luego surgiera esa "otra" explicación, difícilmente podríamos seguir sosteniendo la necesidad de tal ente sin que parezca un capricho de niño. La inexistencia de respuestas racionales es terreno propicio para quienes necesitan encontrarle una ocupación a sus dioses, y tanto mejor el terreno si se  sospecha que las respuestas racionales van a tardar en aparecer.

Entre las ocupaciones divinas más prometedoras, la de crear vida parecía tener un futuro asegurado por mucho tiempo, pero "mucho tiempo" no es "siempre", y hoy vemos cómo esa ocupación se está desmoronando a pasos agigantados. La vida comienza hoy a tener explicaciones científicamente satisfactorias, tanto para su origen como para su posterior evolución, y sólo algunos fundamentalistas religiosos insisten en negar la evidencia objetiva para sostener sus mitos primitivos.

Si aún queda un refugio para las explicaciones divinas, éste es seguramente el que tiene que ver con el origen del universo. Y ni siquiera puede decirse que el refugio continúe intacto. Muchas religiones han asumido que las explicaciones que por milenios fueron verdades incuestionables, hoy son simplemente simbolismos (que equivale a decir “Ok, Reconocemos que Dios no hizo lo que dijimos que hizo pero alguna otra cosa debe haber hecho”). Tener cierta duda razonable sobre el Big Bang difícilmente permita afirmar que Dios primero separó el día de la noche, y tres días después tuvo la brillante idea de crear el sol y la luna. Sin embargo, existen versiones de la hipótesis “Dios”... iba a decir "un poco más elaboradas" pero prefiero "menos primitivas". Digo “menos primitivas” porque aprenden, por ejemplo, de los errores del Génesis bíblico; pero no me animo a decir "más elaboradas" porque, en verdad, no resultan demasiado complejas. De hecho, su fortaleza consiste en sólo enunciar la necesidad de un creador, sin proponer (e incluso negando la posibilidad de conocer) ningún mecanismo que explique la creación.

Buena o mala, ¿tenemos que aceptar que, la explicación divina, es la única posible para encontrar el origen y/o causa del universo? Yo prefiero dividir la pregunta en dos partes. La búsqueda de explicaciones sobre el origen del universo está en manos de la ciencia, más precisamente de la cosmología. Es gracias a ella y a otras ciencias exactas que sabemos todo lo que sabemos sobre la historia del universo, y ninguno de estos conocimientos pudo obtenerse de ninguna religión o libro sagrado. Poco o mucho, el único aporte útil fue, una vez más, producto de la ciencia, y no de una superstición pretendidamente revelada.

El origen del universo, tal como lo entienden los teístas, implica un problema adicional que no aparece en el resto de los "orígenes". Por ejemplo, si desechamos la explicación divina para el origen de la vida, contaremos con otros elementos que nos ayuden en nuestra explicación alternativa. Sólo hace falta mostrar cómo "lo que había antes" pudo formar la vida. Aún así, con el universo esto no se aplica: no podemos explicar cómo el universo pudo formarse a partir de "lo que había antes" porque, si asumimos que el universo es todo, antes no había nada. De hecho, ni siquiera hubo un "antes" del universo, porque el inicio del universo incluye al inicio del tiempo.

En este punto nos vemos obligados a explicar un origen a partir de la nada, lo que en principio parece imposible porque "de la nada, nada sale", o a asumir que la nada nunca existió porque "siempre" estuvo Dios allí, y él es la explicación que estamos buscando. Si la segunda explicación requiere de la existencia de Dios, y la primera es incompatible con nuestra experiencia diaria, ¿cómo resolvemos el problema los ateos?

En principio, el problema que acabo de enunciar plantea una falsa dicotomía: buscar una explicación al origen del universo implica aceptar que, efectivamente, hubo un origen para el universo, lo cual no tiene por qué ser cierto. Para tranquilidad de los lectores: el universo existe, porque aquí estamos... Pero no tiene por qué haber tenido un comienzo. Este es un buen momento para que los creyentes aprovechen a la ciencia, que en otras ocasiones menosprecian, y mencionen que la teoría del Big Bang afirma la existencia de un origen. Sin embargo, esta teoría no afirma que el universo comenzó con una gran explosión, sino que el universo, tal como lo conocemos, comenzó con el Big Bang. Dicho en términos religiosos, el Big Bang es la última reencarnación del universo, pero bien puede ser consecuencia de un Big Crunch de la encarnación anterior, que por supuesto comenzó con otro Big Bang luego de otros Big Crunch, etc. Ni que hablar de que la teoría del Big Bang, si bien es la más aceptada y seguramente la más sólida, no es la única y hay otras, por ejemplo, que postulan un universo estacionario eterno. Si no asumimos la existencia de un origen, no es necesario ni un creador ni hacer salir algo de la nada, puesto que siempre hubo algo.

En segundo lugar, aceptar la afirmación "de la nada, nada sale" no parece justificable. Suele decirse que es un principio obvio que se desprende de la experiencia diaria, pero el hecho es que “la nada” no es algo que forme parte de nuestra experiencia cotidiana. De hecho, tenemos nula experiencia con "la nada", por lo que difícilmente podamos justificar la afirmación "de la nada, nada sale". Con esta última afirmación sólo estamos extendiendo nuestra limitada experiencia sobre "la ausencia de algo", que no es lo mismo que “la nada” o “la ausencia de todo”.

El denominador común en los puntos anteriores es que los creyentes dotan al universo de propiedades que observan en la vida cotidiana. Así, sostienen que el universo necesita un origen, porque todo lo que está contenido en él lo tiene; y afirman que no puede haber salido de la nada, porque nunca se observó a nada salir de la nada (o lo que ellos entienden por "la nada"). En otras palabras, les resulta anti-intuitivo pensar en un universo eterno, o apareciendo de la nada. El problema aquí no son las respuestas que resultan anti-intuitivas, sino la pregunta, que nos expone a una situación extraña, y en un contexto único e irreproducible, en la que es difícil aplicar con tanta ligereza nuestra experiencia diaria.

Hagamos un juego. Supongamos que decidimos que las respuestas anti-intuitivas que atentan contra nuestra experiencia diaria no nos gustan, y por ello no podemos aceptar un universo eterno, ni un universo salido de la nada. Para estos casos, la única salida será explicarlos mediante la existencia de un dios que, vaya uno a saber cómo, hizo el universo. ¿Nos evita esto las explicaciones anti-intuitivas?

Primer problema: acabamos de trasladar el problema del "origen del universo" al del "origen de Dios". Posibles soluciones: “Dios existió siempre” o “Dios salió de la nada”. ¿No les resultan conocidas estas soluciones? Pues sí, hasta hace unos segundos, nos resultaban anti-intuitivas y las descartamos.

Segundo problema: sabemos que el tiempo está contenido dentro del universo o, lo que es lo mismo, el comienzo del universo implica el comienzo del tiempo. No es una simple cuestión de definiciones, en la que se decide poner porque sí el cronómetro en cero en el instante de inicio del universo, sino un hecho físico verificado. El tiempo está profundamente relacionado con el resto del universo. En nuestra vida diaria, sobre la que construimos nuestra intuición, toda creación (o lo que nosotros llamamos creación, y que no es otra cosa que simple transformación) implica la existencia del tiempo: para todo elemento creado existe un tiempo previo a la creación, en la que ese elemento no existía. El problema surge cuando decimos que “se crea” el universo porque, al implicar éste la creación del tiempo, estaremos afirmando que existe un tiempo previo a la existencia del tiempo, lo que es un completo absurdo. "Algo" no puede existir antes de su creación. Estas afirmaciones no sólo afectan al hecho de la creación misma, que no tiene tiempo donde ubicarse, sino a la voluntad creadora previa, que tampoco tiene un tiempo para existir. Y algo más: implicaría que el mismo creador existía desde antes de la existencia del tiempo, lo que es un sinsentido, porque "antes" es necesariamente una relación temporal.

Tercer problema: a los ateos se nos suele decir que un universo sin Dios carece de sentido. En realidad, soy de los ateos que aceptan esta afirmación en un sentido absoluto y objetivo, pero no veo contradicción en que cada uno le encuentre un sentido personal y subjetivo. Ahora, asumiendo que Dios existe, ¿qué sentido da su existencia al universo? Es costumbre que a los ateos se nos pregunte por qué si Dios no existe, existimos nosotros, los humanos, por qué existe "algo" en lugar de "nada" y qué objeto tiene. Pues, posiblemente, no tengamos ni idea; pero, ¿alguien se ha hecho la misma pregunta asumiendo que Dios existe, por qué existe y para qué nos creó.

De todo lo anterior, el sabor que me queda es siempre el mismo. El misterio de la existencia nos envuelve en una sucesión de preguntas que o bien se vuelve infinita, o bien topamos con alguna que no sabemos responder. Ambas posibilidades les resultan incómodas a los creyentes, y deciden que debe haber algo que lo explique, y llaman a ese algo “Dios”, y "astutamente" deciden que las preguntas que sirvieron para conducirlos a él, no pueden aplicarse a él mismo, porque generaría la misma incomodidad. El hecho es que las explicaciones divinas sobre el origen del universo, en el mejor de los casos, no son intuitivas ni compatibles con nuestra experiencia diaria y, para colmo, implican la existencia de un ser sobrenatural del que no hay evidencia objetiva, sobre el que nada se conoce, y que implica una serie de excepciones muy fuertes a nuestro conocimiento actual del universo. En síntesis, Dios es una hipótesis adicional (con el costo que ello implica), que se enuncia sólo para explicar algo que no explica. Dios es una pésima idea.